Communist Initiative
Article announced in Madrid Colloquium on June 8-9
Spanish
Análisis crítico de las posturas de las organizaciones del Estado español respecto al imperialismo
Buenas tardes a todos y a todas.
Mi intervención —que trataré de hacer breve— tiene un sentido fundamentalmente crítico. Crítico con las posiciones de una parte sustancial del movimiento comunista del Estado español en materia de conflictos internacionales, pero crítico también, sobre todo, con los cimientos teóricos de dichas posiciones.
Porque, si tantas organizaciones comunistas, obreras y antiimperialistas han sido incapaces de adoptar una postura acertada, por ejemplo, ante las agresiones imperialistas contra Libia, Siria o Venezuela, ante la guerra de Ucrania o ante el genocidio palestino, ello se debe, entre otras cosas, a una incomprensión teórica sobre la naturaleza del imperialismo actual. De ahí la necesidad de identificar estas confusiones para poder rebatirlas con argumentos, y, así, generar también el marco necesario para continuar elaborando un análisis propio.
Por mi parte, me limitaré a señalar cuatro grandes líneas equivocadas de pensamiento sobre el imperialismo, cada una de las cuales conduce, a su vez, a una serie de graves errores políticos.
La primera línea consiste, de hecho, en una negación abierta del imperialismo como fenómeno distintivo. Los comunistas que sostienen esta postura hacen malabares conceptuales para rechazar de antemano la existencia del imperialismo como sistema internacional de dominación y explotación, y razonan, ante todo, de dos maneras: o bien rechazando la teoría leninista sobre el carácter monopolista del capitalismo moderno, con el argumento de que esta tesis niega la ley del valor de Marx; o bien rechazando la validez del concepto de «nación» como marco de análisis, con el argumento de que toda nación se encuentra escindida en clases antagónicas.
El primer argumento es espurio, porque el desarrollo monopolista del capitalismo no anula la competencia, sino que surge de ella y la reproduce bajo una nueva forma, como el propio Lenin señalaba hace ya un siglo. El segundo argumento es también estéril. Sin duda, todo país se encuentra escindido en clases antagónicas. Pero si un país se apropia constantemente de un excedente no retribuido producido en otro país, y dicho excedente beneficia el proceso de acumulación capitalista dentro del primer país, mientras que, por el contrario, lo perjudica en el segundo, entonces cabe hablar de explotación imperialista.
En general, estos comunistas no comprenden que lo que Lenin aporta es precisamente un análisis de la cuestión nacional y de la tendencia al monopolio, no como negación o superación, sino como concreción histórica de las leyes del modo de producción capitalista. Esto no significa que las naciones tengan prioridad sobre las clases, ni que la tendencia al monopolio anule la competencia y, por lo tanto, la ley del valor. Se trata tan sólo de incorporar elementos teóricos que Marx y Engels no llegaron a elaborar tan profundamente, o que, simplemente, aún no se habían manifestado en su plenitud durante la época del capitalismo industrial clásico.
La segunda línea, que viene cobrando fuerza durante los últimos tiempos y que encuentra su expresión más acabada en la «teoría de la pirámide imperialista» del Partido Comunista de Grecia, nace de una lectura sesgada de la obra de Lenin.
Hay dos maneras distintas de formular esta tesis, pero, como veremos, ambas conducen a las mismas conclusiones. La primera consiste en analizar el imperialismo como una simple etapa de desarrollo del capitalismo mundial, ignorando las particularidades de su estructura interna; la segunda consiste, por otro lado, en analizar el imperialismo como una simple etapa del desarrollo interno de cada país capitalista, ignorando su naturaleza esencialmente internacional.
Las limitaciones teóricas de esta postura son evidentes. Algunos adoptan el primer punto de vista, según el cual el imperialismo constituye tan sólo una etapa de desarrollo del capitalismo mundial, para concluir que todos los países que participan en el mercado mundial son imperialistas. Este razonamiento no sólo resulta tan absurdo como afirmar que, dado que la clase obrera participa en el proceso de acumulación capitalista, la clase obrera es capitalista, sino que también escinde, como ya hiciera Kautsky, el contenido económico y la forma política del imperialismo.
Esta posición reduce el imperialismo a su dimensión económica —es decir, a su condición de capitalismo monopolista—, pero ignora cómo la propia expansión del capitalismo monopolista conduce necesariamente a la dominación de los países más débiles por parte de las grandes potencias capitalistas. De este modo, la teoría de la pirámide pierde de vista la distinción cualitativa entre los países oprimidos y los países opresores, dejando tan sólo una supuesta diferencia de grado entre ellos, que, sin embargo, no sirve para clarificar las formas concretas que adopta la lucha de clases en ambos tipos de países, las posibles alianzas de clase que se abren en cada uno de ellos, etc.
Otros adoptan, en cambio, el segundo punto de vista, según el cual el imperialismo constituye tan sólo una simple etapa del desarrollo interno de cada país, para afirmar que todo país que satisfaga ciertos requisitos (como la existencia de monopolios domésticos, de una oligarquía financiera local o de intereses geopolíticos fuera de sus propias fronteras) debe ser considerado imperialista. Bajo esta perspectiva tan genérica, sólo los países más pobres del mundo seguirían quedando fuera del club de las naciones imperialistas, mientras que países como Brasil, Indonesia o Sudáfrica serían, al parecer, indiscutiblemente imperialistas. Aquí, además de seguir ignorando el peso de la división entre los países oprimidos y los países opresores, también se pierde de vista el carácter esencialmente internacional de la acumulación capitalista, retrocediendo teóricamente a un marxismo desfasado, más propio del siglo XIX que de la época imperialista.
No obstante, en cualquiera de ambos casos, la esterilidad política de la teoría de la pirámide resulta obvia: si todos —o prácticamente todos— los países del mundo son imperialistas, entonces ninguno es imperialista. El concepto se vuelve inútil porque no añade nada sustancial al análisis que realizó Marx hace 150 años; porque no nos sirve para distinguir entre el capitalismo “en general” y su expresión concreta como imperialismo; en definitiva, porque no define los rasgos propios del momento actual del desarrollo capitalista.
La tercera línea que quiero mencionar, aunque es más común entre las filas de la socialdemocracia, del anarquismo y de otras corrientes que propugnan un pacifismo abstracto, también tiene cierto peso dentro del movimiento comunista.
Esta posición, que nace más de prejuicios morales que de un análisis teórico riguroso, afirma que el imperialismo consiste simplemente en la agresión o la dominación política y militar de un país sobre otro. Partiendo de un rechazo genérico de todas las guerras y de toda violencia, estos comunistas denuncian cualquier tipo de conflicto internacional como una simple pugna entre dos facciones igual de detestables.
Los límites de este análisis son, una vez más, evidentes. Por un lado, la idea de que los comunistas debemos oponernos, por principio, a cualquier guerra, niega toda nuestra experiencia histórica, niega la necesidad de dirigir una guerra contra la burguesía y niega, por último, nuestra responsabilidad de apoyar las luchas que debilitan al imperialismo. Pero, además de desarmarnos políticamente, esta tesis pierde de vista el aspecto fundamental del imperialismo, a saber: la explotación económica de los países oprimidos por parte de los países opresores.
Si queremos, pensando de este modo, reducir el imperialismo a la dominación político-militar directa sobre otros países, entonces deberíamos afirmar, contra toda lógica, que el imperialismo termina con el colonialismo; que, una vez las colonias conquistaron su independencia, dejaron de estar sometidas al imperialismo. Sin embargo, el saqueo y la explotación de África, Asia y América Latina han continuado hasta el día de hoy. Por tanto, esta posición no hace más que difuminar y ocultar la perpetuación de las relaciones de dependencia entre las antiguas colonias y los países imperialistas.
Por poner un ejemplo: si sólo son imperialistas aquellos países que intervienen militarmente en otros, entonces Suiza, pese a lucrarse masivamente de la explotación de África, no sería un país imperialista, mientras que Etiopía, pese a ser un país explotado por las potencias europeas, sí sería imperialista por haber intervenido en Somalia. De esta manera se distorsiona la esencia del imperialismo, dando lugar a razonamientos absurdos que niegan el carácter imperialista de potencias opresoras por el simple hecho de estar más o menos acopladas a la hegemonía de Estados Unidos —como en el caso de Alemania, Francia o el propio Estado español, por ejemplo—, al mismo tiempo que, por el contrario, afirman el carácter imperialista de países como Rusia o Irán por el simple hecho de defenderse ante la amenaza de Estados Unidos, de la OTAN y de sus distintos apéndices.
Por último, la cuarta línea que me gustaría exponer constituye, más que una posición definida, una especie orientación general que, en cierto sentido, opera también como fundamento de las dos líneas anteriores. Me refiero, en concreto, a las lecturas sesgadas y dogmáticas de Lenin. Hemos visto, por ejemplo, que la teoría de la pirámide conserva sólo la parte económica del análisis de Lenin —es decir, la idea del imperialismo como fase monopolista del capitalismo—, mientras que la teoría del imperialismo como dominación directa conserva sólo la parte política del análisis de Lenin —es decir, la idea del imperialismo como sistema de dominación internacional de unos países por otros.
En ambos casos nos encontramos con una lectura parcial y limitada de Lenin, que escinde el contenido económico y la forma política del imperialismo. Más en general, me atrevería a decir que muchos comunistas, ante el retroceso del movimiento revolucionario durante las
últimas décadas, han preferido refugiarse en fórmulas y prejuicios antes que seguir aplicando la herramienta fundamental de nuestra doctrina: es decir, el análisis concreto de la situación concreta. Entre que Marx publicó El capital y Lenin publicó El imperialismo pasaron apenas 50 años, pero esos 50 años fueron suficientes para que las transformaciones sufridas por el capitalismo obligaran a los comunistas a aplicar y elaborar la teoría de Marx para comprender las particularidades de su propio momento histórico. Hoy, sin embargo, ya más de un siglo después de que Lenin escribiese sobre el imperialismo, parece que casi nadie tiene interés por estudiar las transformaciones que el imperialismo ha sufrido desde 1916 hasta el presente.
Algunos comunistas llegan a conclusiones políticas erróneas y otros llegan a conclusiones políticas correctas, pero casi todos lo hacen apoyándose sobre una mera aplicación de recetas y fórmulas preconcebidas, como, por ejemplo, los famosos cinco rasgos del imperialismo enumerados por Lenin. Durante los últimos años, ciertas organizaciones han tomado este recetario para concluir que Rusia, como satisface más o menos estos cinco rasgos, es una potencia imperialista. Otros, con mayor intuición política, pero la misma estrechez teórica, han tomado este mismo recetario para concluir que Rusia, como no termina de satisfacer por completo estos cinco rasgos, no es una potencia imperialista.
Lo que prácticamente nadie se ha preguntado es si acaso esta fórmula no requiere de una actualización; si acaso 100 años de desarrollo capitalista no nos obligan a elaborar, igual que hizo el propio Lenin entonces, un estudio más concreto y exhaustivo de los rasgos fundamentales del imperialismo actual, de las condiciones de nuestro propio momento histórico.
Hoy, por ejemplo, ya no existe un reparto territorial del mundo como el de la época de Lenin, porque los grandes imperios coloniales se han disuelto y la explotación de los países dependientes se realiza por otros medios. Hoy, por ejemplo, la exportación de capital, aunque importante, ya no constituye una condición necesaria para que los monopolios occidentales exploten la mano de obra de los países dependientes, porque las cadenas mundiales de valor les permiten obtener los mismos beneficios sin necesidad de comprometer su capital en dichos países.
En definitiva —y voy terminando—: la importancia de actualizar nuestro análisis concreto para entender los rasgos esenciales del imperialismo contemporáneo reside precisamente en la necesidad de identificar cuáles son las formas dominantes que adopta hoy en día, y, a partir de ahí, definir una orientación política adecuada, capaz de aprovechar las contradicciones del capitalismo actual para avanzar el proyecto revolucionario socialista.
English
Critical analysis of the positions of the organizations of the Spanish State regarding imperialism
Good afternoon to all of you.
My intervention -which I will try to make brief- has a fundamentally critical sense. Critical with the positions of a substantial part of the communist movement of the Spanish State in matters of international conflicts, but critical also, above all, with the theoretical foundations of these positions.
Because, if so many communist, workers and anti-imperialist organizations have been unable to adopt a correct position, for example, before the imperialist aggressions against Libya, Syria or Venezuela, before the war in Ukraine or before the Palestinian genocide, this is due, among other things, to a theoretical misunderstanding of the nature of current imperialism. Hence the need to identify these confusions in order to be able to refute them with arguments, and thus also to generate the necessary framework to continue elaborating one’s own analysis.
For my part, I will limit myself to pointing out four major mistaken lines of thought on imperialism, each of which leads, in turn, to a series of serious political errors.
The first line consists, in fact, in an open denial of imperialism as a distinctive phenomenon. Communists who hold this position juggle conceptually in order to reject out of hand the existence of imperialism as an international system of domination and exploitation, and reason, above all, in two ways: either by rejecting the Leninist theory of the monopolistic character of modern capitalism, on the grounds that this thesis denies Marx’s law of value; or by rejecting the validity of the concept of “nation” as a framework of analysis, on the grounds that every nation is split into antagonistic classes.
The first argument is spurious, because the monopolistic development of capitalism does not annul competition but arises from it and reproduces it under a new form, as Lenin himself pointed out a century ago. The second argument is also sterile. Undoubtedly, every country is divided into antagonistic classes. But if a country constantly appropriates an unpaid surplus produced in another country, and these surplus benefits the process of capitalist accumulation within the first country, while, on the contrary, it harms it in the second, then we can speak of imperialist exploitation.
In general, these communists do not understand that what Lenin contributes is precisely an analysis of the national question and of the tendency to monopoly, not as negation or overcoming, but as historical concretion of the laws of the capitalist mode of production. This does not mean that nations have priority over classes, nor that the tendency to monopoly annuls competition and, therefore, the law of value. It is only a question of incorporating theoretical elements that Marx and Engels did not manage to elaborate so deeply, or that, simply, had not yet manifested themselves in their fullness during the epoch of classical industrial capitalism.
The second line, which has been gaining strength in recent times and which finds its most finished expression in the “theory of the imperialist pyramid” of the Communist Party of Greece, is born of a biased reading of Lenin’s work.
There are two different ways of formulating this thesis, but, as we shall see, both lead to the same conclusions. The first consists in analyzing imperialism as a simple stage of development of world capitalism, ignoring the particularities of its internal structure; the second consists, on the other hand, in analyzing imperialism as a simple stage of the internal development of each capitalist country, ignoring its essentially international nature.
The theoretical limitations of this position are evident. Some adopt the first point of view, according to which imperialism constitutes only a stage of development of world capitalism, to conclude that all countries participating in the world market are imperialist. This reasoning is not only as absurd as affirming that, since the working class participates in the process of capitalist accumulation, the working class is capitalist, but it also splits, as Kautsky already did, the economic content and the political form of imperialism.
This position reduces imperialism to its economic dimension -that is, to its condition of monopoly capitalism-, but ignores how the very expansion of monopoly capitalism necessarily leads to the domination of the weaker countries by the great capitalist powers. In this way, the pyramid theory loses sight of the qualitative distinction between the oppressed countries and the oppressor countries, leaving only a supposed difference of degree between them, which, however, does not serve to clarify the concrete forms adopted by the class struggle in both types of countries, the possible class alliances that open up in each of them, etc.
Others adopt, on the other hand, the second point of view, according to which imperialism constitutes only a simple stage of the internal development of each country, to affirm that any country which satisfies certain requirements (such as the existence of domestic monopolies, of a local financial oligarchy or of geopolitical interests outside its own borders) must be considered imperialist. Under this very generic perspective, only the world’s poorest countries would remain outside the club of imperialist nations, while countries such as Brazil, Indonesia or South Africa would be, it would seem, indisputably imperialist. Here, in addition to continuing to ignore the weight of the division between the oppressed and oppressor countries, the essentially international character of capitalist accumulation is also lost sight of, theoretically regressing to an outdated Marxism, more typical of the 19th century than of the imperialist epoch.
However, in either case, the political sterility of the pyramid theory is obvious: if all -or practically all- the countries of the world are imperialist, then none is imperialist. The concept becomes useless because it adds nothing substantial to the analysis Marx made 150 years ago; because it does not serve to distinguish between capitalism “in general” and its concrete expression as imperialism; in short, because it does not define the features proper to the present moment of capitalist development.
The third line I want to mention, although it is more common among the ranks of social democracy, anarchism and other currents that advocate an abstract pacifism, also has a certain weight within the communist movement.
This position, born more of moral prejudice than of rigorous theoretical analysis, affirms that imperialism consists simply in the aggression or political and military domination of one country over another. Starting from a generic rejection of all wars and all violence, these communists denounce any kind of international conflict as a simple struggle between two equally detestable factions.
The limits of this analysis are, once again, obvious. On the one hand, the idea that we communists must oppose, on principle, any war, denies all our historical experience, denies the need to lead a war against the bourgeoisie and denies, finally, our responsibility to support struggles that weaken imperialism. But, besides disarming us politically, this thesis loses sight of the fundamental aspect of imperialism, namely: the economic exploitation of the oppressed countries by the oppressor countries.
If we want, thinking in this way, to reduce imperialism to direct political-military domination over other countries, then we should affirm, against all logic, that imperialism ends with colonialism; that, once the colonies conquered their independence, they ceased to be subject to imperialism. However, the plunder and exploitation of Africa, Asia and Latin America have continued to this day. Therefore, this position only blurs and hides the perpetuation of the relations of dependence between the former colonies and the imperialist countries.
To give an example: if only those countries that intervene militarily in others are imperialist, then Switzerland, despite profiting massively from the exploitation of Africa, would not be an imperialist country, while Ethiopia, despite being a country exploited by the European powers, would be imperialist for having intervened in Somalia. In this way the essence of imperialism is distorted, giving rise to absurd reasoning that denies the imperialist character of oppressive powers simply because they are more or less coupled to the hegemony of the United States -as in the case of Germany, France or the Spanish State itself, for example-, while, on the contrary, affirming the imperialist character of countries like Russia or Iran simply because they defend themselves against the threat of the United States, NATO and its various appendages.
Finally, the fourth line that I would like to present constitutes, more than a definite position, a sort of general orientation which, in a certain sense, also operates as a foundation for the two previous lines. I refer here to the biased and dogmatic readings of Lenin. We have seen, for example, that the theory of the pyramid retains only the economic part of Lenin’s analysis -that is, the idea of imperialism as a monopolistic phase of capitalism-, while the theory of imperialism as direct domination retains only the political part of Lenin’s analysis -that is, the idea of imperialism as a system of international domination of some countries by others.
In both cases we find a partial and limited reading of Lenin, which splinters the economic content and the political form of imperialism. More generally, I would dare to say that many communists, in the face of the retreat of the revolutionary movement during the last decades, have preferred to take refuge in formulas and prejudices rather than continue to apply the fundamental tool of our doctrine: that is, the concrete analysis of the concrete situation. Between the time Marx published Capital and Lenin published Imperialism barely 50 years passed, but those 50 years were enough for the transformations undergone by capitalism to force communists to apply and elaborate Marx’s theory in order to understand the particularities of their own historical moment. Today, however, more than a century after Lenin wrote about imperialism, it seems that almost nobody is interested in studying the transformations that imperialism has undergone from 1916 to the present.
Some communists arrive at erroneous political conclusions and others arrive at correct political conclusions, but almost all do so based on a mere application of preconceived recipes and formulas, such as, for example, the famous five features of imperialism enumerated by Lenin. During the last few years, certain organizations have taken this recipe book to conclude that Russia, since it more or less satisfies these five traits, is an imperialist power. Others, with greater political intuition, but the same theoretical narrowness, have taken this same recipe book to conclude that Russia, since it does not completely satisfy these five features, is not an imperialist power.
What practically no one has asked is whether this formula does not require updating; whether 100 years of capitalist development do not oblige us to elaborate, as Lenin himself did then, a more concrete and exhaustive study of the fundamental features of present-day imperialism, of the conditions of our own historical moment.
Today, for example, there is no longer a territorial distribution of the world as in Lenin’s time, because the great colonial empires have been dissolved and the exploitation of the dependent countries is carried out by other means. Today, for example, the export of capital, although important, is no longer a necessary condition for the Western monopolies to exploit the labor force of the dependent countries, because the world value chains allow them to obtain the same profits without the need to commit their capital in those countries.
In short -and I am finishing-: the importance of updating our concrete analysis to understand the essential features of contemporary imperialism lies precisely in the need to identify what are the dominant forms it adopts today, and, from there, to define an adequate political orientation, capable of taking advantage of the contradictions of current capitalism to advance the revolutionary socialist project.